
─¿Te encuentras mejor, querida?
La tía Clara asintió con la cabeza y tomó aire para después expulsarlo violentamente.
─¿Cómo puedes estar tan segura de que Cristina Nieto se presentó en tu casa la noche del asesinato? ¿La viste? ¿Era a ti a quien venía a visitar? Eso podría explicar que conociera el nombre y dirección de tu sobrina. Pero, ¿por qué diablos no nos has dicho esto antes, Clara?
Las insistentes preguntas de John aturdieron tanto a la tía Clara que ésta casi comenzó a llorar, agobiada por el incesante interrogatorio. Una mirada reprobatoria de Olga hizo que John suavizara el tono de voz y fuera más delicado en su trato hacia la que en aquel momento era su testigo más importante.
─Cuéntanos, por favor, todo lo que sepas al respecto.
─Lo peor de todo es que no sé mucho más ─admitió la tía Clara apesadumbrada.
─¿Conocías a Cristina? ─quiso saber Carlos.
La tía Clara negó con la cabeza. No, jamás había visto a Cristina Nieto. Ni siquiera había oído hablar de ella cuando fue encarcelada y esta se hizo famosa a nivel nacional. En definitiva, Cristina Nieto era para ella una auténtica desconocida. A la pregunta de John de por qué no confesó a la policía tan importante noticia, la aludida respondió que si no lo había hecho antes era porque no estaba del todo segura.
─¿Podrías explicarte mejor? ─pidió muy amablemente John.
─Mis recuerdos de aquella tarde son muy confusos. Después de almorzar me eché una siesta. Tomé un somnífero, con lo que dormí más de tres horas seguidas. Cuando desperté eran más de las seis de la tarde. Bajé a la cocina, donde me encontré a mi hermano, Leonor y Mario. Acepté el ofrecimiento de Alberto para tomar un café. Quería espabilarme un poco y salir de ese estado de letargo en el que vivo a diario. Sin embargo, el café tuvo el efecto contrario y volví a sentirme cansada y abatida. Era como si me hubiera vaciado el pastillero en el que guardo mis somníferos en el líquido. Dejé a la visita con mi hermano y su mujer y volví a mi habitación, donde me tumbé en la cama y caí dormida en menos de tres segundos. Debían de ser las seis y media.
─¿Si te dormiste, cómo puedes estar segura de que Cristina Nieto estuvo en tu casa?
La tía Clara dedicó una mirada de desprecio a Carlos. El tan solo insinuar que pudiera estar mintiendo le parecía realmente repugnante. Iba a contestarle cuando se dio cuenta de que, en el fondo, Carlos tenía razón. Su testimonio no sería tomado en cuenta por ningún profesional pues, al fin y al cabo, ¿quién iba a creer a una adicta a los somníferos y tranquilizantes que, tan a menudo, confundía la realidad con su imaginación y que ni siquiera recordaba lo que había hecho hacía unas horas? La tía Clara volvió a tomar aire y continuó su relato.
─Sobre las ocho y media de la tarde me desperté sobresaltada. Se oían unas voces procedentes del piso de abajo. En un principio pensé que se trataba de la televisión, pero al poco rato reconocí que una de aquellas voces pertenecía a mi hermano Alberto.
─¿Se puede saber con quién discutía su hermano? ─preguntó con cautela John.
─Con Cristina Nieto, naturalmente. Oí cómo mi hermano se dirigió a ella por su nombre en dos ocasiones.
─¿Y qué le decía? ¿Por qué discutían?
─Lamento no ser de mucha utilidad pero, en el estado en que me encontraba, apenas pude entender unas cuantas palabras sueltas. Lo que sí me llamó la atención es que Cristina amenazaba a mi hermano con hablar con Teresa. Luego volví a caer dormida y, cuando desperté, pensé que todo había sido un sueño. No le concedí la mayor importancia. Fue esa madrugada en que se supo que habían asesinado a una mujer y que aquella mujer se llamaba Cristina Nieto cuando comencé a atar cabos y pensar que, tal vez, aquella discusión no fue ni un sueño ni producto de mi imaginación sino algo que realmente sucedió. Por eso tengo miedo. ¿Y si mi hermano tuvo algo que ver con la muerte de Cristina? Sin embargo, es una idea muy descabellada. Alberto es una de las personas más buenas y nobles que conozco. No sería capaz ni de matar a una mosca. Pero lo que sí está claro es que Cristina Nieto estuvo en mi casa y discutió con Alberto.
John tomó nota de aquella declaración y pidió a Olga que acompañara a la tía Clara a su casa. En el estado en que se encontraba no era lo más adecuado que volviera sola. Antes de despacharla, le pidió que no comentara con nadie, ni siquiera con Alberto, nada de lo que les había relatado. La tía Clara prometió que así lo haría y abandonó la jefatura en compañía de Olga.
Una vez a solas, los dos policías intercambiaron una mirada de satisfacción. Aquello iba por muy buen camino. Cada vez tenían más información y ambos estaban seguros de que el caso estaría resuelto en breve. John relató muy brevemente su entrevista con Fernando Iglesias y cómo este lo remitió al lugar donde se encontraba internada Adelaida Martínez.
─Todo lo que aquella mujer decía eran auténticas incoherencias. Nada tenía ni pies ni cabeza. A veces parecía vislumbrarse en ella un atisbo de cordura pero desaparecía casi al instante. Fíjate que hasta me confundió con Mario González.
Carlos frunció el ceño dando a entender que, evidentemente, no comprendía nada de lo que su jefe estaba contando. John le explicó que, al parecer, Mario González había ido a visitar a Adelaida pocos días atrás y que esta, al confundirlo con Mario, había dicho algunas cosas que daban a entender que Cristina y él se conocían.
─Pues me temo ─agregó Carlos─ que tendremos que interrogar al alcalde del pueblo. Mario ha de tener una muy buena explicación que justifique por qué nos ha ocultado hasta el momento su relación con la familia Nieto.
John estuvo de acuerdo con el joven y luego le preguntó cuál había sido el resultado de sus pesquisas.
─Antes de marcharme de la ciudad, comprobé una vez más el teléfono móvil de Cristina. Llamé a la compañía de teléfonos y no encontré que hubiera recibido o realizado alguna llamada valiosa. Lo que sí encontré en el bolsillo de su chaqueta fue un billete de autobús procedente de la ciudad. Fue adquirido a las 6.45 de la tarde en que se produzco su asesinato con lo que, teniendo en cuenta que el trayecto del autobús de la ciudad al pueblo tiene una duración de una hora y media, situaría a Cristina en el pueblo a las 8.15, lo cual concuerda con la hora en que la tía Clara dice haber oído la discusión entre Alberto y Cristina.
John seguía muy atento aquella conversación. Decidió no interrumpir a Carlos hasta el final con preguntas y que el joven explicara todo cuanto había descubierto.
─Más tarde, me presenté en el apartamento que Cristina había alquilado tras salir de la cárcel. Tenía la esperanza de encontrar efectos personales que pudieran conducirnos a alguna pista pero lamento decirte, John, que no encontré absolutamente nada relevante.
John chasqueó la lengua mostrando su descontento. Sin embargo, volvió a alegrarse pues Carlos le había dicho un rato antes que creía haber encontrado el móvil del crimen. Así, aún era pronto para rendirse y tirar la toalla. No se equivocaba y así lo demostraron las siguientes palabras de Carlos.
─Me disponía a marcharme cuando vi sobre una mesa un fajo de cartas. Eran cartas que Cristina había recibido. Procedían de La Habana y el remitente de todas ellas era un tal Adolfo Hernández.
Carlos tendió las cartas a su jefe, a quien aconsejó que las leyera pues la información que en ellas había era más que interesante.
─Cartas de amor ─dijo John abriendo los ojos como platos─. Cristina y el tal Adolfo mantenían una relación a distancia. Pero, ¿de qué dinero están hablando? ─preguntó John mientras avanzaba en la lectura de aquellas misivas─. ¿Reunirse los dos en Cuba? ¿Acaso Cristina Nieto estaba pensando en reunirse con su amante en La Habana?
─Es una posibilidad ─admitió Carlos que aún se guardaba un último as─. Es muy raro que la cuestión económica no salga a relucir en un caso de asesinato, John. Y en este caso ya había tardado bastante en salir. Así que averigüé en qué banco tenía Cristina su cuenta corriente y… ¡adivina qué descubrí! Que en las últimas semanas Cristina había hecho una transferencia a Cuba a nombre de Adolfo Hernández. Dos transferencias para ser exactos: la primera por importe de 70.000 euros y la segunda, por 30.000. Llamé a ese banco y, tras mucho insistir pues en un principio se negaban a dar información sobre su cliente, conseguí averiguar su teléfono. No tardé mucho en contactar con su domicilio donde me atendió una señora que decía ser su esposa.
─¿Su esposa?
La incredulidad de John era más que evidente. ¿Qué diablos significaba todo aquello? Cuando todo parecía encaminarse a una fácil solución, aparecía un nuevo posible implicado que mantenía una relación a distancia con la víctima, un hombre que ya estaba casado y que, además, había recibido fuertes cantidades de dinero por parte de Cristina.
─¿Y de dónde sacó Cristina nieto tanto dinero si su familia había quedado arruinada?
Ante la pregunta de John, Carlos frunció el ceño pues lamentablemente aún no había encontrado la respuesta a tal interrogante.
─Lo que sí puedo decirte, John, es que Adolfo Hernández y Cristina Nieto se conocieron en la cárcel. Él trabajaba en la lavandería de la prisión y, por lo que he podido averiguar, fue allí donde iniciaron su relación. Ahora bien, ¿estaba Cristina al tanto de que Adolfo ya estaba casado? ¿De dónde obtuvo Cristina tanto dinero para hacérselo llegar a Cuba? ¿Tenía realmente intención de abandonar España y marcharse a La Habana? Y, lo que más me inquieta, John: Teresa Aguilar. Estoy convencido de que ella es la clave de todo este asunto. Solo nos queda averiguar qué papel juega ella en todo este embrollo y el caso quedará resuelto.
La conversación quedó interrumpida por una llamada de teléfono que fue atendida por Carlos. John observó cómo el rostro del policía se contrajo en una mueca de horror, con lo que dedujo que algo muy grave acababa de suceder.
C. Gumedi