Por lo general, un buen café con leche y un trozo de bizcocho recién horneado era suficiente para que John pudiera comenzar el día como era debido. Pero aquella fría y lluviosa mañana nada, ni siquiera aquel bizcocho que Olga había hecho la tarde anterior con tanto cariño y esmero, lograron satisfacerle. Tras dejar el café a medio tomar y el bizcocho en el plato casi intacto, John se despidió de su esposa y salió a la calle rumbo a la jefatura de policía. En efecto, tal y como había predicho Jeremías la noche anterior, hacía frío y comenzaba a llover. Se maldijo cuando, a mitad de camino, comenzó a llover débilmente, lo que le obligó a acelerar el paso. Comenzaba a llover fuertemente cuando cruzó el umbral de la puerta de la jefatura de policía. Dentro del edificio, en cambio, hacía un calor tan abrasador que se vio obligado a desprenderse de cuanta ropa de abrigo llevaba puesta. Ordenó a la muchacha de la limpieza que bajara la calefacción y entró en su despacho. Encendió su ordenador, se desabotonó los puños de la camisa y se remangó las mangas hasta los codos. Estaba cansado y detestaba tener que trabajar en aquellas condiciones. Pero resultaba que había habido un asesinato y su labor era esclarecer aquel caso. Una llamada de teléfono lo sacó de su ensimismamiento. Al otro lado de la línea su secretaria le comunicaba que Mario, el alcalde, quería hablar con él. John puso los ojos en blanco y le pidió a su subordinada que le dijera que más adelante se pondría en contacto con él. Por nada del mundo le apetecía hablar con aquel imbécil a quien le quedaba grande el cargo de alcalde.
No había colgado aún el teléfono cuando Carlos entró en su despacho. A juzgar por su semblante había dormido mucho mejor que él, ya que no pudo divisar en su rostro el más mínimo atisbo de cansancio o fatiga. Sin lugar a dudas, se estaba haciendo mayor, pensó con tristeza John.
─Buenos días, jefe. Aquí le traigo los resultados de la autopsia.
Carlos dejó caer sobre el escritorio que lo separaba de su jefe una carpeta repleta de folios. En lugar de leer aquella palabrería repleta de tecnicismos y frases enrevesadas, John optó por la sencilla explicación de su colega. Más adelante leería el informe con más detenimiento.
─Apuñalada. Dos veces. La primera puñalada causó daños superficiales. Fue la segunda, directa al corazón la que le provocó la muerte casi inmediata. Pero lo que más me interesa que leas es esta información acerca de la víctima.
Aquellas palabras lograron atraer la atención de John que, por unos instantes, olvidó por completo la sensación de pesadez y cansancio que lo embargaba.
─He logrado hacer algunas averiguaciones sobre Cristina. Si queremos resolver este caso, es imprescindible conocer un poco más a la víctima─opinó Carlos. John asintió mostrando su acuerdo.
─Cristina Nieto ─comenzó a explicar Carlos rebuscando entre los papeles de una segunda carpeta ─ tenía 62 años. Procedía de una familia muy importante en la década de los setenta. Su padre, Cristóbal Nieto, fue un importante industrial de la zona que logró amasar una gran fortuna. Durante años la familia gozó de una sólida posición económica y una gran reputación en la sociedad española. En los años noventa, Cristóbal enfermó y murió dejando como heredera universal a su hija. No tenía más descendencia que Cristina. Como era lógico, Cristina asumió el control de la empresa familiar, lo cual supuso el comienzo del fin de aquel imperio.
─Creo recordar haber leído algo en la prensa. ¿Acaso estás hablando de Industrias Nieto? Fue un caso muy mediático a finales de los noventa. Toda la cúpula directiva se vio involucrada en uno de los mayores escándalos de corrupción y fraude que jamás se haya visto en este país. Tráfico de influencias, blanqueo de capitales, evasión de impuestos…. En fin, toda una colección de delitos la mar de interesantes.
─Y Cristina Nieto fue la cabeza de todo aquello. Ella y su marido Daniel Camacho ─prosiguió Carlos─. Cuando todo quedó destapado, las empresas Nieto, o lo que quedaba de ellas, quedaron en la ruina. Los inversionistas le dieron la espalda, la nueva junta directiva fue incapaz de hacer frente a la situación y la ruina les sobrevino. Adelaida Martínez, la madre de Cristina, se vio en la calle de la noche a la mañana. Tuvo que vender todas las propiedades que tenía y trasladarse a un humilde barrio en las afueras de la ciudad. Por su parte, Cristina y Daniel fueron condenados a veinte años de prisión. Al parecer, Daniel murió en la cárcel hace unos años víctima de una pulmonía, Adelaida se encuentra ingresada en una residencia de ancianos aquejada de Alzheimer y Cristina Nieto salió de prisión hace justamente tres meses.
─Todo esto me parece muy interesante. Pero ¿cuál es la relación de Cristina con nuestro pueblo? ¿Cómo encaja ella aquí?
Carlos miró con ojos chispeantes a su jefe. Esbozó una tímida sonrisa que, al parecer, pasó desapercibida para John.
─Hay un vínculo entre Cristina Nieto y nuestro pueblo, John.
El inspector abrió los ojos como platos aguardando ansioso saber cuál era aquel vínculo del que hablaba Carlos.
─El abogado que defendió en el juicio a Cristina trabajó en Grupo Alarcón.
─¡Que me aspen si lo que estoy pensando es cierto! ¡Es ese el bufete de abogados donde trabaja Teresa Aguilar!